“La mafia no va a poder”: contra quiénes cantan los militantes en la esquina de Cristina en la previa de la marcha a Pla
En la previa a la manifestación a Plaza de Mayo, agrupaciones, sindicatos y también ciudadanos independientes acompañan a la expresidenta
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“¡Vamos a volver, vamos a volver!”, cantan en la esquina de San José y Humberto Primo. Son las 9.15 de la mañana y el cántico se repite con fuerza, sostenido por bombos que retumban en el asfalto. El frío se siente hasta los huesos. De la boca de cada persona sale vapor. Algunos se cubren con bufandas hasta los ojos. Otros toman mate, café caliente en vasos descartables, o simplemente están quietos, con las manos en los bolsillos, mirando hacia arriba.
Desde antes de las 8 ya había gente en esta esquina del barrio de Constitución; ahora son centenares. Algunos habían pasado la noche sobre mantas y cartones. Otros llegaban con banderas arrolladas, termos, pancartas hechas a mano. Frente a ellos se impone el edificio blanco donde, desde ayer, Cristina Fernández de Kirchner cursa la prisión domiciliaria. De uno de los balcones cuelga un cartel azul: “Cristina libre. Corrientes”. En la reja de entrada hay otro hecho a mano, sobre tela blanca, que dice: “Fuerza jefa”.

A esa hora, mientras LA NACION recorría los carteles para registrarlos con detalle, dos varones se acercaron a este equipo periodístico. No llevaban credenciales ni pecheras. Dijeron que “había que ir a la calle”. Consultados por qué, si había decenas de personas sobre la vereda, uno de ellos murmuró: “Abajo”. No se identificaron. Tampoco dieron explicaciones. El resto de los presentes continuó circulando sin incidentes.
La esquina está ocupada por agrupaciones políticas y personas que llegaron por su cuenta. Hay banderas de Corrientes, La Matanza, Ensenada, Tierra del Fuego y San Vicente. Se ven pecheras de ATE Capital, del gremio AMS (Lotería y Casinos), paraguas sindicales, camperas oscuras sin identificación partidaria. Algunos vienen en grupos. Otros están solos, en pareja o con hijos.
Sobre la calle se suceden los mensajes. Algunos pegados con cinta marrón, otros colgados de los balcones. “La mafia no va a poder”, se lee en uno. “Con Cristina no se jode”, en otro. Una bandera muestra su rostro intervenido como una Virgen, con fondo dorado y un halo de estrellas. Desde las ventanas de los edificios vecinos se filma en silencio. Cada tanto alguien grita “¡Ahí está!” y todos giran hacia el balcón. No hay movimiento, pero la expectativa no baja.
Una mujer reparte pan casero en servilletas. Otra sirve café desde un termo de acero. Un niño dibuja con tiza las letras “CFK” sobre la vereda. Un hombre canta solo, sentado en el piso. La mayoría permanece parada. Algunos con banquitos, reposeras. Otros simplemente de pie, sin moverse.

La Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), situada a una cuadra sobre Santiago del Estero al 1000, fue parte del recorrido temprano. Su fachada está empapelada con carteles que dicen: “Democracia. Estudiantes con Cristina”, “Este miércoles, Argentina con Cristina” y “El pueblo la quiere votar, la mafia la quiere callar”. En una pared lateral, una imagen de Diego Maradona con el puño en alto está rodeada de frases como “Cristinista hasta los huevos”, “Yegua, nunca mascota”, “Con la yegua”. Algunas pancartas están firmadas por agrupaciones de Mar del Plata.
Pero el foco está en la esquina. No hay escenario. No hay dirigentes ni oradores. Tampoco hay sonido oficial. Solo bombos, redoblantes, gritos y cantos espontáneos. “Vamos la presidenta, vamos Cristina, la c... de su madre”, grita un grupo. Otros responden con aplausos. Nadie organiza. Nadie da instrucciones. Pero todo ocurre.
Hay presencia de Tierra del Fuego, banderas firmadas por distintas provincias, pecheras sindicales y carteles sin firma. Omar llegó desde San Vicente con su hija. “Gracias al Procrear hicimos la casa. Eso no se olvida”, explica. Mabel, jubilada, sostiene un cartel: “Esto no es justicia, es dictadura. Amo a Cristina, gracias a ella me pude jubilar, algo que este Gobierno no hace. Ellos odian a Cristina, a los jubilados, al pueblo”. Nicolás, de 21 años, durmió en la vereda; vino desde La Matanza. “Estoy acá porque lo que le hacen a ella nos lo hacen a todos”, expresa.
Mientras se espera la movilización oficial, convocada para las 14 en Plaza de Mayo por el Partido Justicialista y respaldada por organizaciones gremiales y políticas, la vigilia en Constitución se sostiene por sí sola. No hubo citación. Nadie la llamó. Pero desde temprano, la esquina se convirtió en un punto de encuentro.
El humo de las parrillas cruza por entre las banderas. Los cantos no se detienen. Las cámaras apuntan al balcón. Las conversaciones bajan el tono cuando alguien se asoma por una ventana. A las 9.15, la marcha aún no empezó. Pero para quienes están acá, el día ya está en marcha.
Una hora después, los cantos ya no se limitan al “Vamos a volver”. Desde el centro de la esquina, sobre San José, se escucha con fuerza: “Milei basura, vos sos la dictadura”, “Macri, la puta que te parió”, “Patricia Bullrich, botón de la dictadura”. El aroma de los chorizos y hamburguesas que se cocinan en las parrillas instaladas en las bocacalles flota cada vez más espeso en el aire. La calle ya está completamente colmada, pero la gente sigue llegando. Se abren paso entre bombos y banderas. Algunos se abrazan. Otros levantan los dedos en V. Una voz se impone entre las demás y grita: “¡Cristina libre!”. Le siguen aplausos. Y enseguida, otra consigna: “¡Muchas gracias, Cristina!”.
Un padre camina de la mano con su hijo de 8 años. El niño escucha los cánticos, mira los carteles y le pregunta: “¿Cristina es buena?”. El padre, Esteban, lo mira y responde que sí. Se detienen unos segundos en medio de la vereda. Esteban comenta a LA NACION: “Esto es una venganza. A Perón primero lo bombardearon, ahora lo hacen con ella. Cristina nos dio derechos que estos de derecha no quieren: salud, educación, trabajo, la posibilidad de vivir con dignidad. Ellos no soportan ver al pueblo reunido”. Avanza con su hijo al centro de la esquina. El chico se gira y, con los dedos pequeños, forma la V. “Hay que liberar a Cristina”, dice.
Las agrupaciones comienzan a moverse. Algunas se retiran de la esquina para dirigirse a los puntos de encuentro que fijaron antes de marchar a Plaza de Mayo. Pero el lugar nunca se vacía. Por cada columna que se va, llegan nuevas personas. Algunas con banderas, otras con carteles enrollados bajo el brazo. Sobre una silla plegable, una mujer de 90 años sostiene un cartel que dice: “Cristina es inocente”. LA NACION le pregunta por qué vino. “Porque si no estoy, no duermo. A mi edad no tengo que quedarme callada. A Perón lo defendí. Ahora vengo por ella. Es la misma historia”, dice.
Más atrás está Luis. Vino desde Lomas de Zamora, pero no hoy: llegó ayer. “No me importa el frío. Esto es injusto. Ella es inocente. No podía no venir. La Justicia es corrupta. Ellos querían verla con la pulsera puesta, presa. Pero no van a poder. Ella es el pueblo”, dice con la voz entrecortada, los ojos vidriosos. Habla y aprieta el cartel que trajo consigo, una pancarta casera con letras rojas: “No es justicia, es persecución”.
Casi todos tienen la mirada puesta en el balcón. Se preguntan si va a salir, si se va a asomar, si va a hacer un gesto. Pero la imagen se mantiene: ventanas cerradas, cortinas entreabiertas, celulares en alto por si acaso. En la vereda, los cantos no paran. Suenan nombres, insultos, viejas consignas. “Clarín, basura, vos sos la dictadura”. “Macri, botón”. “El pueblo unido jamás será vencido”.
Una pancarta escrita en marcador grueso sobre cartón sostiene: “Es una bosta tu democracia, Milei”. En otra, colgada en un ventanal, se lee “Tres forros condenaron la democracia”. Las frases se repiten.
Un grupo pequeño, a unos metros del centro, discute en voz alta. Están enojados. Uno dice: “Los del PJ son unos forros. No leen bien el mensaje de la gente. No era ahí. Era acá. A las 10 teníamos que estar acá explotando el barrio. No en la Plaza. ¡Era acá!”. Los demás asienten. Hablan con bronca contenida. No se van.
En la esquina, el bullicio se mantiene constante. El frío persiste. Las cámaras siguen apuntando al balcón. El humo sube. Las banderas flamean. Nadie se mueve.
Tensión en aumento
“Lorenzetti, la c... de tu madre”, gritan desde el centro de la esquina. “Cristina es del pueblo”, responde el resto. Los cánticos siguen renovándose: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Mientras tanto, la cuadra de Humberto Primo, que hasta hacía poco estaba más vacía en comparación con San José, empieza a llenarse con columnas de jóvenes. Llegan agrupaciones estudiantiles, centros de estudiantes, militantes del PJ y de La Cámpora. Algunos llegan cantando. Otros sacan los bombos y los redoblantes apenas pisan la vereda. Los colores cambian, pero la dirección es la misma: todos se acercan al edificio.
Entre ellos, un grupo entona una nueva consigna: “Che, boludo, el protocolo se lo meten en el culo”. Ríen, se abrazan, algunos se trepan a canteros para ver mejor. El promedio de edad bajó de golpe. Cada vez hay más jóvenes en la movilización.
Una de ellas es Morena, de 24 años y estudiante. Relata a LA NACION: “Soy la primera de mi familia que puede estudiar. Mis viejos laburaron toda la vida en cooperativas, y gracias a las políticas que impulsó Cristina yo hoy puedo estar en una universidad pública. No iba a quedarme en mi casa mirando cómo la condenan”. Lleva una bandera atada al cuello, pintada a mano con marcador: “CFK es educación”.
La esquina del edificio sigue sumando carteles. Algunos pegados sobre la reja, otros sostenidos con precintos en las rejas del frente. Uno de ellos, más grande, lleva una foto de Cristina y la frase: “Ella nos dio futuro”. Otro está hecho sobre un cartón, con marcador negro: “La historia te absolvió. El pueblo también”.
Uno de los presentes es el periodista Víctor Hugo Morales. Cuando se hace visible entre la gente, toda la cuadra gira hacia él. En la esquina de enfrente, desde un balcón del primer piso, un niño de unos 6 años aparece de golpe. Está solo. Se asoma, mira hacia abajo y levanta los dos dedos en V. La escena dura apenas unos segundos. Desde abajo, alguien lo señala. Y enseguida estalla un aplauso. “¡Vamos, compañero!”, grita una mujer. Otros empiezan a cantarle. El chico sonríe. Se queda ahí, firme. Carla, que lo ve desde abajo, comenta: “¿Ves lo que dicen de los vecinos? Todos la quieren. Hasta los nenes saben. La quieren bajar, pero no saben cómo hacer”.
Siguen llegando columnas. También se suman nuevos carteles hechos a mano, pancartas pintadas con témpera, banderas dobladas que se despliegan apenas tocan la esquina. La calle ya es un bloque. Los bombos no paran. Los celulares siguen apuntando al balcón. Un canto se impone: “Unidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode”.
El frío sigue, pero nadie se mueve. Esto no termina. Sigue creciendo. “¡Déjala que salude!”, gritan ahora desde abajo, mirando todos hacia arriba.
“Cristina, ¡asomate!"
Pasado el mediodía, las agrupaciones comienzan a retirarse. Algunas parten en columna, otras de a pequeños grupos. Van hacia los puntos de encuentro que cada una organizó para la marcha de la tarde, rumbo a Plaza de Mayo. Antes de irse, muchos se detienen frente al edificio y se despiden con un gesto hacia arriba. Algunos se persignan. Otros lanzan un beso al balcón.
La cuadra de Humberto Primo, que hace una hora estaba colmada, vuelve a vaciarse. Pero el centro de la esquina, donde confluyen las miradas, sigue ocupado. Un grupo permanece firme frente al portón de entrada, con carteles en alto. Otros se quedan observando lo que quedó pegado en las paredes. “Esto ya es un santuario”, comenta una señora. “Y sí, es la jefa. Se lo merece. Que sepa nuestro amor”, le responde un hombre parado a su lado.
Los cánticos no se detienen. Cambian de ritmo, bajan por momentos, pero no desaparecen. Los dedos en V siguen en el aire. Los ojos continúan mirando hacia arriba.
“¡Cristina, asomate, no le tengas miedo a los gorilas!”, gritan. En ese momento, comienza a sonar el Himno Nacional. Algunos se quedan en silencio, otros cantan con la mano en el pecho. Al terminar, sin transición, irrumpe la marcha peronista. Las banderas vuelven a agitarse. Nadie se mueve.
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