Cinco puntos de inflexión ambientales que acechan el horizonte
Cada 22 de abril se conmemora el Día de la Tierra para fomentar un futuro que proteja la vida en el planeta, pero persisten grandes amenazas
7 minutos de lectura'

Aún los cambios más pequeños y graduales pueden generar grandes impactos. Cuando se acumulan y llegan a determinado umbral, da lugar a un cambio sustancial, usualmente abrupto e irreversible. Este proceso se conoce como punto de inflexión: un sistema es llevado a su límite y concluye en un nuevo estado. A nivel ambiental, tanto las presiones individuales como las colectivas empujan a los ecosistemas a situaciones críticas.
“Los puntos de inflexión no son eventos aislados, sino al contrario, están interrelacionados de manera directa, afectando nuestro planeta vivo que funciona como un organismo interconectado”, reflexiona Manuel Jaramillo, director ejecutivo de la Fundación Vida Silvestre. Por ejemplo, la desaparición del bosque amazónico aumentaría la temperatura global y ello aceleraría, a su vez, la acidificación de los océanos (que perjudicaría los arrecifes) y el derretimiento del hielo (que amenazaría la circulación oceánica atlántica y el permafrost).

Hernán Casañas, director ejecutivo de Aves Argentinas, añade: “El seguimiento de especies y ecosistemas nos permite entender esas conexiones y actuar antes de que sea tarde”.
El ambientalista compara la interconexión con un avión: “Podés sacar un tornillo y que no pase nada. Pero en algún momento, si removés uno clave, el avión puede caer. Quizás ese tornillo parecía insignificante, pero resultó ser esencial en combinación con los anteriores”.
Los puntos de inflexión conllevan cambios drásticos en el ambiente, que extinguen muchas especies y repercuten directamente en el ser humano: amenazan el hábitat, los recursos y la producción. Según el último Informe Planeta Vivo, las señales de alerta temprana indican que se aproximan cinco puntos de inflexión de importancia global.
Colapso de los arrecifes
Debido al calentamiento global, el punto más cercano es el colapso de los arrecifes de coral. El aumento de temperatura del mar y la degradación del ecosistema provoca la muerte del coral o blanqueamiento. Cuando las temperaturas aumentan, los arrecifes se estresan y expulsan las algas con las que mantienen una relación simbiótica. Cuando las algas desaparecen, el coral pierde sus colores brillantes y muere. Una vez que esto pasa, raramente pueden recuperarse.

Según el Informe Planeta Vivo, en la Gran Barrera de Coral, se han producido blanqueamientos masivos en 1998, 2002, 2016, 2017, 2020, 2022 y 2024. Si estos fenómenos se vuelven más frecuentes, tanto la Gran Barrera en Australia como el 70% o 90% de los arrecifes alrededor del mundo podrían colapsar. Su blanqueamiento afectaría a más de 1000 millones de personas que dependen de estos para alimentarse, protegerse de las tormentas y las fuertes olas, y que viven de la pesca como principal ingreso (ya que desaparecerían especies de crustáceos y peces).
Derretimiento de hielo
En el otro extremo de los ecosistemas, el cambio climático está por ocasionar un deshielo irreversible en Groenlandia y Antártida Occidental. Su derretimiento dispararía un aumento del nivel del mar y alteraría la circulación oceánica. Estarían amenazadas todas las comunidades ubicadas a menos de 10 metros sobre el nivel del mar (más de una de cada ocho personas en el mundo).

Lucas Ruiz –glaciólogo del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla) y del Conicet– distingue: “Cuando hablamos del Ártico, donde está Groenlandia, el principal factor es el aumento de la temperatura del aire y su impacto en la pérdida de hielo y de cobertura de nieve. En cambio, en la Antártida, es el calentamiento de los océanos”.
Señala una retroalimentación positiva o feedback loops en los que las consecuencias fomentan las causas: a mayor temperatura, menor cobertura de hielo, y mayor temperatura nuevamente. “Con sistemas tan complejos, un proceso desencadena en otro y así sucesivamente”, resume Ruiz.
“Una vez que se supere el umbral de temperatura, el derretimiento va a estar condenado. Como el tiempo de respuesta del ecosistema es tan lento y ya comenzó a funcionar en esa dirección, no va a volver atrás. Surge un estado que nosotros no conocemos”, advierte. Y agrega: “Por más que reduzcamos nuestras emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), estos ecosistemas no están equilibrados a la temperatura actual y van a seguir achicándose para encontrar ese equilibrio”.
Deshielo del permafrost
En la misma línea, el deshielo del permafrost trae consecuencias a nivel global. Se trata de la capa bajo la superficie de la Tierra que permaneció congelada por al menos dos años consecutivos y cubre alrededor de 23 millones de metros cuadrados en el norte del planeta. Se encuentra en sitios como Alaska, Canadá, Siberia, e incluso los Andes, y hospeda a comunidades, en su mayoría indígenas, hace cientos de años.

Dario Trombotto Liaudat, jefe de la unidad de Geocriología en Ianigla, explica: “Frente al calentamiento y el descongelamiento del permafrost, enfrentamos una abundancia de agua en la estructura interna del litoglaciar. Esto provoca una aceleración del movimiento de la crioforma”.
El calentamiento puede ocasionar fenómenos catastróficos, como desplazamientos, e impactar en pueblos construidos sobre la superficie. Y añade: “La degradación del permafrost puede incorporar cationes, minerales o sales, dentro del ciclo hidrológico, lo que afectaría la calidad y el suministro de agua”.
A su vez, la desaparición del permafrost generaría un feedback preocupante en el mismo calentamiento global. Estos suelos helados contienen grandes cantidades de carbono y metano. Su derretimiento a gran escala en regiones árticas aumentaría la emisión de GEI y, por ende, generaría más calentamiento y aún más deshielos.
Circulación oceánica atlántica
Otra preocupación es el posible colapso de la circulación de vuelco meridional del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés). Se trata de una corriente oceánica crucial en el sistema climático debido a su rol como reguladora del clima global mediante la absorción y redistribución de calor, carbono, sal y otras propiedades en distintas cuencas oceánicas. “Distribuye aguas cálidas y salinas en la capa superior del océano desde el Atlántico Sur subtropical, hacia altas latitudes en el Atlántico Norte”, explica María Paz Chidichimo, oceanógrafa del Conicet y líder del área de Oceanografía Física y Clima en la Universidad Nacional de San Martín. “A medida que estas aguas liberan calor hacia la atmósfera, se vuelven más densas, se hunden y forman aguas profundas frías que retornan hacia el sur”.

La AMOC es inducida por el viento y por la densidad de masas de agua, determinada por los cambios de temperatura y la salinidad. “Su debilitamiento (o posible disrupción) impacta en patrones climáticos regionales y globales, el ciclo del agua, eventos climáticos extremos, el nivel del mar y en ecosistemas marinos”, señala. Por ejemplo, su desaparición propagaría una caída de temperaturas en Europa y una reducción de precipitaciones en África Occidental.
Estudios recientes advierten que el posible colapso de la AMOC podría producirse durante el siglo XXI, debido a la pérdida de densidad causada por el calentamiento global. Según Chidichimo, las principales causas detrás de esta pérdida son: el incremento de temperaturas oceánicas, la dilución de la salinidad por el aumento de agua dulce (resultado del deshielo en Groenlandia) y los cambios en el ciclo del agua.
Desaparición de la Amazonía
El último punto que acecha el horizonte ambiental es la desaparición de la Amazonía. El vapor de agua transpirado por las plantas genera gran parte de las precipitaciones que sustentan la selva tropical. Sin embargo, la deforestación, la degradación de los bosques y el cambio climático reducen las lluvias y debilitan la resiliencia del ecosistema. Si la situación empeora, las condiciones ambientales amazónicas no serían adecuadas para sustentar un bosque tropical.

Las consecuencias de su desaparición serían gigantescas. La selva alberga más del 10% de la biodiversidad terrestre, el 10% de las especies de peces, y más de 47 millones de personas, incluidas grandes comunidades indígenas cuyas culturas se encuentran entrelazadas con la naturaleza y dependen de ella para su subsistencia. Esta pérdida también aceleraría el cambio climático: la selva amazónica pasaría de ser un sumidero de carbono que almacena entre 250.000 y 300.000 millones de toneladas de carbono (equivalentes a 15 o 20 años de emisiones mundiales de GEI), a ser una fuente de emisiones.
Los expertos aún investigan la cercanía de este punto de inflexión, pero según el Informe Planeta Vivo, el consenso parece indicar que sería una posibilidad si se destruye entre el 20% y el 25% de la selva. Actualmente, ha sido deforestado alrededor del 18% de la superficie forestal original del bioma amazónico.
Otras noticias de Proyecto Naturaleza
- 1
Un siglo de investigación sobre la felicidad condujo a un gran hallazgo
- 2
“Como si te desenchufaran”: Covid persistente, una pesadilla interminable que aún no encuentra respuestas de la medicina
- 3
Habló el párroco que viajó con León XIV por la Argentina: “Llegó con una computadora portátil”
- 4
Río Negro: ya entrenan al “chimpancé de mirada triste” para trasladarlo a un santuario y poner fin a su soledad