La ceramista Caro Malbrán y su familia transformaron con su energía ecléctica y colorida una construcción desarrollada principalmente en planta alta, como era común ver cerca del río.
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“Ni se les ocurra comprar este engendro rarísimo”, les dijo espantado un amigo arquitecto cuando visitaron la propiedad. La obra de los 70 tenía carácter, pero las aberturas eran diminutas, el ladrillo a la vista (¡barnizado!) oscurecía todos los ambientes, y la moquette no parecía la mejor opción para convivir con la exuberante naturaleza tigrense. Aun así, Carolina Malbrán y Mariano, con quien estaba casada en ese momento, decidieron embarcarse en el proyecto de actualizar esta casa para una vida en familia en el siglo XXI.

Seguramente pesó en la decisión el hecho de que Caro pasó su infancia en Tigre, y encontró acá la oportunidad de volver a un lugar querido para criar a sus hijos, Segundo y Jacinta. Corría el año 2008 cuando finalmente se mudaron, con muchísimas ideas y algunas renovaciones básicas.

Una de las primeras decisiones fue construir la pileta: gracias a un cerco verde que separa la propiedad de la calle, el frente se convirtió en un jardín grande y completo, meditado para aprovecharse al máximo.

Como la zona era inundable, la casa se desarrolló mayormente en planta alta, con un hall de ingreso central que sostiene toda la estructura.
Repensando la planta baja
La galería del frente se convirtió en un estar con aires de quincho que incorpora el jardín delantero a la vida diaria, con nueva parrilla.

Aprovechando el replanteo, Caro cerró un corredor lateral que no se utilizaba y armó ahí un taller amplio y luminoso, donde da clases de cerámica y crea sus obras.

“En el taller me gusta encender un fuego, poner música, cocinar algo rico. Hay toda una atmósfera emocional positiva que ayuda a estar presente, relajarse y crear”.

Planta baja en video

Por la entrada principal

Antes de que ampliaran la planta baja con el taller, no había más que un hall tomado por la escalera y un toilette. “Encontré esta rama en el jardín, me pareció tan bella y escultórica que le puse luces y la colgué con tanzas a modo de lámpara”.


El living-comedor
Adentro, pintaron todo el ladrillo de blanco, quitaron las viejas alfombras y agrandaron las ventanas sumando paños fijos donde estaban los rollos de las persianas. La luz se multiplicó de inmediato y, con ella, las ganas de seguir apropiándose del lugar.

Año tras año, los rincones fueron madurando y la casa se colmó de detalles, recuerdos y trabajos de amigos artistas. “Para mí, el arte le da al hogar un valor súper emocional, más allá de lo estético y cultural. Enlaza recuerdos e historias que ayudan a crear un lugar único”.

Planta alta en video

Comedor color
El comedor se iluminó blanqueando los ladrillos y sumando un paño fijo horizontal que subraya la obra en gran formato de Tester, un artista muy ligado al Tigre.

El amarillo establece un diálogo entre el cuadro, el mueble, los limones reales y las réplicas en cerámica hechas por Caro.

Lo festivo
La cocina no tuvo mayores modificaciones: microcemento en los pisos, muebles de madera en reemplazo de los originales de fórmica y una isla de tablas recuperadas.

“El ventanal curvo de la cocina fue una de las cosas que más me gustaron de la casa. Con el tiempo, reemplazamos las aberturas de hierro por PVC, pero la vista del jardín sigue siendo la misma: maravillosa”.

“Me encanta cocinar y le encuentro muchas similitudes con la alfarería. Mi cerámica es festiva: celebro los alimentos, el encuentro. Y siempre hay algo de humor”.
El cuarto principal
“Me resulta inspirador que en todos lados haya estímulos para la creación”, comenta Caro. Por eso colgó sobre su cama un tapiz de cactus en flor que trajo de un viaje. Tiene pensado bordar sobre sus dibujos para sumarle texturas.



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