Es el sushi de los residuos orgánicos. Simple y sofisticado, funciona donde otros métodos fracasan.
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Pocas tareas generan tanto entusiasmo (y tanta deserción) entre los jardineros urbanos como el compost.
Es el aliado del suelo fértil y el acto mínimo de resistencia ante la cultura del descarte. Pero también —hay que decirlo— puede ser una experiencia poco glamorosa: malos olores, mosquitas y una velocidad de transformación que parece en cámara lenta.

Hasta que apareció el bokashi, un sistema de compostaje japonés que no solo desafía esos prejuicios, sino que los convierte en una ventaja competitiva: es rápido, no huele mal y, como buen invento nipón, tiene una lógica tan simple como sofisticada. Un verdadero sushi de residuos orgánicos.

¿Qué es el bokashi?
La palabra bokashi significa “fermentado” o “descompuesto de forma controlada”.
A diferencia del compostaje tradicional, que es aeróbico (requiere oxígeno), el bokashi es un proceso anaeróbico, basado en la fermentación y no en la putrefacción.
Se logra gracias a una comunidad específica de microorganismos —levaduras, bacterias fotosintéticas y acidolácticas— que transforman los residuos orgánicos sin generar olores desagradables.

Este método fue sistematizado en los años 80 por un microbiólogo japonés, Teruo Higa, creador de los “Microorganismos Eficientes” o EM (Effective Microorganisms), un cóctel microbiano que actúa como acelerador biológico del proceso.
¿Cómo funciona?
El bokashi se hace en un tacho hermético —puede ser un balde con tapa y una válvula para drenar líquidos— donde se colocan restos orgánicos en capas, intercalados con una mezcla inoculada con EM (salvado de arroz, tierra o aserrín con microorganismos).
No hace falta picar demasiado los restos, ni preocuparse por proporciones de carbono y nitrógeno. Lo que sí importa es el sellado.
Al no haber oxígeno, las bacterias dominantes son las del ácido láctico, esas mismas que fermentan el yogur o el chucrut

A los pocos días, la materia comienza a fermentarse y a reducir su volumen. Al cabo de dos semanas, el contenido se puede enterrar directamente o mezclar con compost maduro. En unos 15 a 30 días más, el suelo lo habrá integrado por completo.
No hay lombrices, no hay que revolver, no hay perfume a basural
¿Por qué todos hablan del bokashi?
Porque es rápido. Porque es urbano. Y porque permite compostar hasta lo que otros métodos no admiten: cítricos, lácteos, carnes cocidas, pan, arroz.
Todo lo que en el compostaje tradicional sería pecado mortal, acá se convierte en abono sin culpa ni olor
Además, produce un subproducto valiosísimo: el líquido bokashi, un lixiviado que se drena cada pocos días y se puede usar como fertilizante o como limpiador biológico de cañerías (¡sí, destapador de cañerías!).
¿Lo más interesante? No requiere altas temperaturas ni espacios grandes.
Es ideal para departamentos, patios mínimos o climas fríos donde el compost duerme una siesta eterna
¿Bokashi en Argentina?
Aunque el método nació en Japón y se extendió con fuerza en Corea, México y Brasil, en Argentina está creciendo como alternativa circular en escuelas, restaurantes, emprendimientos agrícolas y balcones conscientes.
Algunos municipios ya lo están incorporando como herramienta de educación ambiental. Y hay cooperativas y viveros que producen el EM localmente, con levaduras y bacterias nativas.

La solución perfecta no existe. Pero el bokashi suma. No reemplaza al compost térmico, a la vermicompostera ni a la biodigestión, pero se adapta a contextos donde otros fracasan.
Lo interesante es que promueve un modelo circular y descentralizado de gestión de residuos: el que cocina, composta. El que composta, fertiliza. El que fertiliza, cosecha. Y así, sin transporte, sin rellenos sanitarios, sin eufemismos.
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